Boca perdió con Huracán, se empequeñece y agranda su deuda ante una hinchada que pide ganarle a River, “cueste lo que cueste”

La derrota y la pobre imagen aumentaron la impaciencia; la baja de Benedetto dejó en evidencia la dependencia del goleador; Oscar Romero fue de mayor a menor

Fuente: La Nación
Huracán tiene al “Zorro” Cóccaro y Boca es Bernardo, mudo, sin dictado futbolístico ni grito de guerra. Como si involuntariamente quisiera darle la razón a Juan Román Riquelme, cuando habló de “un equipo inocente”, sin filo. Con tres goles en cuatro partidos, Boca ya es Benedetto-dependiente. Sin su goleador, Boca se empequeñeció para felicidad de Huracán, ganador en la Bombonera después de 12 años. Equipo de estilo indefinido, Boca no evoluciona y es reiterativo en sus defectos. Recibió el cuarto gol de pelota detenida en el torneo.

Aunque los nombres se repitan y la formación sea estable, Boca es un equipo que en varios momentos se busca sin encontrarse. Una búsqueda que muchas veces conduce a la nada, sin un destino cierto ni claro. Y eso que los retoques nuevos que introduce deberían mejorarlo, como el caso de Oscar Romero, que con su promisorio debut en la Copa Argentina se ganó la titularidad al partido siguiente, por delante de los juveniles que venían haciendo mérito y nunca terminan de recibir un respaldo más firme y continuo.

Lo más destacado de Boca 0 – Huracán 1

Con Romero, Boca rescató la función en desuso del enganche clásico, la del jugador que organiza y busca líneas de pase sin el contrapeso de implicarse excesivamente en la marca. Sería demasiado pedirle al paraguayo que ya se haga dueño del equipo. Un poco porque es un recién llegado y necesitará asimilar el agobiante mundo Boca. Y otro tanto porque sus compañeros tampoco lo ayudaron a soltarse. Jugadores con mucho más recorrido en Boca estuvieron más atados que Romero en gran parte del encuentro.

En hipótesis y presunciones quedó la interesante sociedad que podría armar con Benedetto, una baja sorpresiva, justificada por una molestia muscular en la práctica del sábado, a lo que se sumó el fallecimiento de su abuela.
En su vuelta a una Bombonera con un campo en mejores condiciones de las que obligaron la mudanza temporaria a Vélez, Boca fue un extraño en su propia casa en la primera etapa. Lo de no jugar al ritmo frenético que podría imponer el ensordecedor aliento que baja de las tribunas termina siendo más un defecto que una virtud. Porque el equipo no arranca, cae en la intrascendencia, le falta el fuego que despiden sus hinchas.

Huracán lo incomodó lo necesario, tampoco se plantó como una fuerza inaccesible ni como una maquinaria bien aceitada. Su intención de salir jugando desde atrás lo llevó a varias pérdidas e imprecisiones que Boca no supo aprovechar. Por el lado izquierdo que ocupaban Ramírez y Sández había grietas que Huracán usufructuaba con las proyecciones de Quilez. Un cabezazo de Coccaro que controló Rossi fue la primera situación de gol, mientras hacía todo al trotecito, sin cambio de ritmo ni sorpresa, salvo cuando Romero encontraba algún compañero que se le desmarcara, lo cual sucedía muy esporádicamente.

Confundido Villa, desaparecido Ramírez e intermitente Pol Fernández, los hinchas empezaron a impacientarse. Lo de siempre: si no alcanza el juego ni sobran las luces, el pedido apunta al suplemento de testosterona.
Tibio y gris fue el primer tiempo de Boca. Huracán, sin perder el orden, por momento daba la impresión de que podía tambalear, pero su rival lo empujaba poco.

Como la charla del entretiempo tampoco surtía efecto, Battaglia pasó a la acción a los 15 minutos del segundo tiempo: adentro el “Changuito” Zeballos (por Ramírez) y Vázquez (por Villa). Y Zeballos agitó el avispero con dos incursiones incisivas por la izquierda. Por primera vez en la noche, un jugador de Boca encendía a la tribuna. A la tercera que intentó Zeballos, Tobio le impuso el manual del zaguero recio: topetazo para bajarle las revoluciones.
Cuando parecía que Boca lo podía acorralar a Huracán, Rossi sembró una duda con un fallo de cálculo al salir a cortar un centro. La siguiente pelota que cayó en el área local (córner desde la derecha) fue un mazazo: Cóccaro sacó un cabezazo bastante heterodoxo, cruzado, que se metió junto a un palo. El uruguayo había terminado el primer tiempo con una molestia muscular y al rato fue reemplazado por la lesión. Su idilio con el gol en el fútbol argentino no se interrumpe ni aun estando físicamente mermado.

Quedaban más de 20 minutos, tiempo que expuso el nerviosismo de Boca, al que Battaglia procuró relanzar con los cambios ofensivos de Medina por Campuzano y Salvio por Izquierdoz (lesionado).

Con un cabezazo y un remate en el travesaño, Vázquez demostró que merecía más la titularidad que el inoperante Orsini. La claridad y el toque de Romero también se habían diluido en el desbarajuste general.

Boca se encaminó derechito a una derrota, hija de su imagen desvaída. Battaglia suele ser el más calmo, pero la coyuntura también lo llevó a soltar la lengua en la conferencia de prensa: “Acá son todas críticas. Es así. ¿Cuándo hubo una buena? Hace 12 partidos que este equipo no perdía. Si te marcan todas las cosas malas, uno tiene que estar preparado. La semana fue movida, pero yo estoy tranquilo”. Los hinchas despidieron al equipo con el canto-amenaza de que en dos fechas hay que ganarle a River, “cueste lo que cueste”. La deuda se agranda.

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