Aprender a soldar como puerta de salida al mercado laboral
Quince alumnos participan del curso de “especialistas en estructuras navales, soldador y calderero”. Arrancó en marzo y termina a fin de año con contenidos diseñados a partir de las necesidades de la propia industria.
Es un aula y hay estudiantes, pero no responden a los cánones establecidos. No hay bancos ni pizarrón. En su lugar hay máquinas soldadoras, electrodos, trozos de chapa naval y herramientas afines a una industria que crece en Mar del Plata y necesita de mano de obra calificada.
O más calificada, porque muchos de los alumnos participantes ya trabajan en el sector naval y hay algunos estudiantes de la carrera de ingeniería naval de la UTN que buscan aprender a construir lo que en el futuro proyectarán en un programa de computadora.
No hay cuadernos, lapiceras ni guardapolvos blancos sino mamelucos azules que se combinan con zapatos de seguridad, guantes y máscaras para protegerse de la luz que se genera en el momento de soldar.
“El curso comenzó a brindarse en 2019 pero más corto y básico”, cuenta Soledad Pérez Farías, la directora del Centro de Formación 418 que funciona en la Escuela de Pesca y que además de la capacitación en el oficio naval brinda cursos en el manejo de autoelevadores, idiomas y reproceso de pescado.
“Muchos de los alumnos que tomaron ese curso ahora participan de este otro como una manera de seguir especializándose. Este ciclo es más específico en función de las necesidades de la industria”, señala la Directora, acompañada del suboficial Mayor Héctor Meza, jefe de Infraestructura de la Escuela de Pesca.
Los alumnos apenas se percatan de la presencia de REVISTA PUERTO y el reportero gráfico. Siguen concentrados en sus labores, intentando descifrar los secretos de las máquinas soldadoras.
“Comienzan con las eléctricas y luego pasan a las MIG, que trabajan con el electrodo con una protección de gas inerte; un sistema semiautomático más complejo”, explica Juan Agestos, instructor del curso y la Escuela desde hace más de una década.
Las máquinas fueron donadas por el SAON y como tienen una potencia especial requieren del uso de un transformador para compatibilizarlas con la red eléctrica, el cual también fue donado y está siendo reparado.
“El oficio a la larga se aprende, pero lo que queremos inculcarles es el cuidado y respeto a las normas de seguridad e higiene. Que sean metódicos en este tema es fundamental”, completa el docente.
Los contenidos curriculares de todos los cursos que brinda el centro de formación en oficios portuarios nacieron de una mesa de trabajo a la que se sentaron las cámaras sectoriales, el Consorcio Portuario que es la institución bajo la cual se despliegan las alternativas educativas, y los sindicatos.
“No sabemos bien en qué categoría de la escala se ubican estos alumnos cuando terminan el curso porque el año pasado fue la pandemia y este es el primero que completaremos en esta modalidad”, confiesa Pérez Farías.
Algunos alumnos que ya están insertos en la industria no toman el curso para incorporar nuevos conocimientos sino para obtener una certificación de sus habilidades. Cuando terminen el curso habrán sumado 450 horas cátedra.
“Yo creo que soy medio oficial calderero”, asegura convencido David Díaz, uno de los participantes al taller. David tiene 25 años y muchas ganas de contar su historia. “Esto me salvó, antes era albañil, pintor… pero hacía changas. Acá encontré un oficio y nunca me va a faltar trabajo”, afirma.
Hizo el primer taller en 2019 y cuando le dieron el diploma se quebró el brazo en un accidente hogareño. Así y todo fue a TPA a dejar su currículum. A los pocos días lo convocaron a trabajar en la grada.
En estos años aprendió a soldar cañerías de alta presión en sala de máquinas, parches en cascos y reparaciones de distinta complejidad. Sumó un amigo al proyecto y si bien ya no trabaja en TPA, lo hace para distintos talleres que lo contratan por obra. “Con esto que aprendo ahora voy a poder hacer cosas que no sabía. Nos dan todos los elementos para salir mejor capacitados”, destaca.
Trinidad Grané tiene 23 años y es la única mujer del grupo. Esta futura ingeniera naval busca un doble propósito al calzarse el mameluco y empuñar la soldadora eléctrica. “Me sirve para entender más de las construcciones navales, pero también como una salida laboral. Estoy en cuarto año de la carrera, pero lo prioritario es conseguir un trabajo antes que recibirme”, confiesa detrás de unos lentes que dominan su cara.
Fuente: Revisa Puerto